martes, 7 de junio de 2011

Víctimas colaterales de la Hª (I): Maximiliano I de México

 He decidido abrir un apartado en este blog para hablar de aquellos personajes de nuestra Historia cuya existencia ha hecho correr ríos de tinta. No se trata de personajes decisivos en el discurrir de la humanidad, qué va, pero en cambio tienen su atractivo en el misterio que conllevaron las causas de su muerte o en la fascinación que podían suponer sus vidas para sus contemporáneos.

Durante mi último año de Universidad realicé un estudio bibliográfico sobre la figura de Maximiliano de Habsburgo. Un trabajo que realicé con gusto -recuerdo- y cuya copia dejé en el disco duro de mi viejo ordenador sin que finalmente haya podido recuperar. En fin, cosas que pasan...


No es tanta la gente que sabe que después de su independencia México fue un imperio. Bueno, realmente lo ha sido dos veces, pero aquí de lo que me interesa hablar es de esa segunda vez, del II Imperio Mexicano (1864-1867). Y me fijo en la figura de un príncipe austriaco a quien el devenir de los acontecimientos de su época le jugaron una horrible encerrona que resulta apasionante contar.

Fernando Maximiliano José de Austria nació en el palacio real de Schönbrunn en 1832. Dicen algunas fuentes que su verdadero padre era Napoléon II, el enfermizo hijo de Napoleón Bonaparte que nunca llegaría a reinar y que desde pequeño vivió en la Corte de Viena, pero ésto es algo que no parece haberse confirmado nunca. En cualquier caso, Maximiliano era un segundón: su hermano Francisco José (el marido de Sisí) era quien estaba destinado a portar la corona del Imperio Austriaco, así que de joven Maximiliano estudió la carrera naval y realizó numerosos viajes de exploración por el Mediterráneo hasta que en 1857 su regio hermano le nombra gobernador de las provincias italianas de Lombardía y el Véneto.

Maximiliano y Carlota
Fue ese año cuando se casó con Carlota de Bélgica, hija del rey Leopoldo y que ha sido protagonista de tantos y tantos estudios de carácter romántico. Su vida, como la de Maximiliano, bien merece un análisis detallado. Pero el caso es que el joven matrimonio acabó marchando en 1859 de la conflictivísima península italiana porque los planes que Francisco José tenía para su hermano habían cambiado.
La pareja se trasladó a Trieste, junto al Adriático, al castillo de Miramar que tanto le había costado edificar a Maximiliano. Allí se alejó de la vida pública hasta que un 3 de Octubre de 1863 una extraña petición resultará capital en su vida: una delegación compuesta por diplomáticos mexicanos le ofrece el trono del Imperio Mexicano. Y Maximiliano, que era de espíritu aventurero y había visto empeorar su relación con Francisco José, acabó aceptando el reto, que conllevaba la pérdida de todos sus derechos dinásticos en Austria.

Valga decir que México era entonces un polvorín. Napoléon III había decidido invadir el país para exigir el pago de las deudas contraídas por el gobierno de Juárez y, una vez allí, estaba dispuesto a convertirlo en un Estado satélite que sirviera de freno a los planes expansionistas de los EE.UU. sobre Latinoamérica.


Palacio de Miramar (Trieste, ITA)

México llevaba años enfrascado en una guerra civil entre el bando liberal (con mayor apoyo popular) y el conservador (sustentado por Francia y su ejército). A instancias de Napoleón III se le ofrecía al archiduque austriaco la posibilidad de dirigir un país rico y muy extenso, pero tras bajar de la fragata Novara y pisar tierra mexicana en Veracruz (21 de Mayo de 1864) Maximiliano se topó de lleno con la realidad cruda de un país analfabeto, empobrecido y endeudado tras décadas de inestabilidad política.


Muy pronto el nuevo emperador se mostró más liberal de lo que sus partidarios conservadores podían tolerar, con medidas tan a contracorriente como la nacionalización de los bienes eclesiásticos o su negativa a suprimir la libertad de culto. Además, demostraba una especial sensibilidad hacia la población indígena y trató de potenciar el desarrollo económico y social de todo el país. A su vez, en el apartado cultural embelleció la capital y se afanó en potenciar el estudio de las culturas prehispánicas de México.

Sin embargo, a la férrea oposición del bando republicano (que nunca reconoció su gobierno al considerarlo un invasor) se le sumó el creciente descontento de buena parte de los conservadores y el malestar de Napoleón III, cansado de aportar recursos en una guerra interminable contra las tropas de Benito Juárez mientras Maximiliano ponía sus miras en México y su gente, haciendo esfuerzos generosos para convertise en un elemento de integridad nacional pese a todos los obstáculos del camino.

El emperador francés ordenó finalmente retirar sus tropas antes de lo acordado -las necesitaba para hacer frente a la beligerante Prusia de Bismarck- y EE.UU., recién salido de su propia guerra civil entre el Norte y el Sur, tomó parte activa en el conflicto con un apoyo decidido al bando republicano. Maximiliano, cada vez más sólo, se negó a abandonar a sus partidarios y marchar a Europa. Carlota regresó en busca de la piedad de Napoleón III y del Papa de Roma pero acabó enloqueciendo recluída en un pequeño castillo de su Bélgica natal sin terminar de superar nunca el trágico destino que le deparaba a su marido.

Último adiós de Maximiliano

Abandonado a su suerte por su hermano y separado para siempre de su infeliz mujer (que falleció en 1927), Maximiliano decidió atrincherarse mientras los liberales no cesaron en su empeño hasta convertir México en una república. Así que el emperador acabó por ser capturado en Querétaro y llevado ante un tribunal militar junto a sus leales generales Miguel Miramón y Tomás Mejía. Desoyendo los mensajes de clemencia que llegaban de Europa, el emperador y sus dos compañeros fueron fusilados en el Cerro de las Campanas de aquella ciudad el 19 de junio de 1867. Era la manera de decir al mundo que México no toleraría nunca un gobierno impuesto por las potencias extranjeras.


"La ejecución del Emperador Maximiliano", de Manet

De ese modo tan trágico es como acababa el II Imperio y comenzaban años de república que se extienden hasta hoy. Una vida corta pero muy intensa la de aquel archiduque Habsburgo amante de la naturaleza y del mar a quien la diosa fortuna le encomendó una tarea extremadamente complicada, sólo apta para espíritus tan inquietos y adelantados a su tiempo como el suyo. Una vida de película digna de cualquier gran estudio de Hollywood y que ha tenido su refrejo literario de distinta manera, siempre al socaire de las tendencias políticas de cada momento. Una de esas pequeñas historias que engrandecen la Historia y que conviene descubrir de vez en cuando.


4 comentarios:

  1. Muy interesante el articulo, Rodri, la verdad es que poco por no decir casi nada sabía de la vida de este hombre.
    Otro muy buen artículo. Cris.

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  2. Gracias Cris. Su biografía me parece apasionante, con muchísimos detalles que no he reflejado: su infertilidad dentro de un matrimonio infeliz, su carácter "revolucionario" que era mal visto en la casa de los Habsburgo, su amor por su nuevo país, la traición que supuso echar al traste su plan de rescate en Querétaro, el escarnio público después de su fusilamiento... Te recomiendo leer su biografía.

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  3. voy llamando a alexandre desplat????

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  4. No. Igual cuadraba mejor Bill Conti o incluso tu amigo Horner, que últimamente anda en plan mexicano...

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